La vida de dos gemelos en un mundo donde no se debe transgredir la historia. Donde no se puede pensar lo impensable y donde lo impensable, por lo tanto, no debe suceder. Un contexto social exacerbado por la miseria económica y moral, que tantas veces van juntas. Relaciones de pareja rotas aquí y en la otra parte del mundo que acaban empujando hacia un final no deseado. El amor maternal, con errores, con brusquedades, donde las pequeñas cosas pueden hacer que aletee una mariposa negra en nuestro corazón o que nos sintamos arropados en medio de una gran tormenta. El presente es fruto de un pasado marcado en la piel y en los espíritus, entrelazado por pequeñas cosas, alegrías efímeras, momentos únicos e irrepetibles, como la tiza en el encerado o como las olas de las piedras en el río. Ese pasado que vuelve constantemente a la mente de los seres dañados hasta la locura, un pasado que pesa en el reencuentro de los que se despidieron siendo niños y ahora son adultos, el recuerdo de los hechos que cambiaron para siempre jamás sus vidas. El libro de Arundhati Roy, El dios de las pequeñas cosas, soñado en escena por Maricastaña.