Se trata de una fiesta cortesana, y como tal discurre en un mundo de fantasía medievalizante, en el que hay caballeros, princesas guerreras, disputas por el trono de un reino exótico, monstruos sobrenaturales, hechiceros, animales fantásticos y, por supuesto, un castillo ambulante que tan pronto vuela por los aires, como surca las aguas marinas. Todo esto sin dejar de ser un texto genuinamente calderoniano, plagado de versos de brillante expresividad poética y profusión de figuras retóricas. Pero, entre los coloridos tapices palaciegos que pinta Calderón en esta obra, se esconden también deudas de honor que buscan ser saldadas, personajes atormentados por su naturaleza híbrida y profundos dilemas existenciales.
Dos personajes femeninos sobresalen del resto: la arrojada y astuta princesa Lindabridis, y la aguerrida Claridiana, cuyas cuitas y desenvoltura nos recuerdan a Rosaura. A otro personaje de la misma obra, Segismundo, nos remite el Fauno, un monstruo de naturaleza híbrida, atormentado por los dilemas filosóficos que le plantean su propia existencia. En definitiva, El castillo de Lindabridis supone una inmersión completa en el universo calderoniano, de la mano de una compañía también con universo propio. Para nuestra fortuna, lejos de colisionar, estos dos planetas han confluido en hermosa armonía.