LA RAMITA DE HIERBABUENA nos cuenta algo que casi todos, siendo niños, hemos vivido alguna vez: el re-cado al que nuestra madre nos enviaba, acompañando siempre la recomendación de volver pronto. Sólo a veces lo conseguíamos, aunque casi siempre lo intentábamos. Como lo intenta Asterio –o Comotellames– pese a las continuas jugarretas que le gastan los acontecimientos, empeñados en convertirse en sorprendentes aventuras: unas divertidas, otras amargas, todas erigidas en obstá-culos para su regreso. Aventura física y aventura mental que vienen a fundirse en la aventura única de su vida. Y siempre con la ayuda –decisiva– de su compañera de andanzas, su amiga: Galatea. El humor forma parte sustancial de cada una de las caras que configuran la poliédrica aventura. Está en los diálogos, en el planteamiento de los enigmas, en las soluciones; incluso en el tratamiento del amor y de la muerte, sin que por ello pierdan su condición de cosas serias donde las haya. Y el tiempo. El paso del tiempo, mostrado en su doble vertiente: una, quizá más objetiva, en la que se suceden las estaciones y envejecen los cuerpos; otra vez, tal vez más subjetiva, que sólo es una manera de vivir los acon¬tecimientos. ¿O será al revés? No importa. Todas ellas son ciertas. Todas ellas conviven en la juguetona –¿o misteriosa?– realidad de nuestros protagonistas, en un final abierto a distintas interpreta-ciones; pero cerrado en cuanto al destino de la ramita de hierbabuena que, por fin, está en manos de mamá. Nunca se podría imaginar Asterio, las peripecias que tiene que pasar para conseguir la ramita de hierbabuena que su madre necesita para hacer un guiso. Deberá resolver enigmas, superar pruebas, andar por caminos y lugares desconocidos. Personajes con muy mala sombra no se lo pondrán fácil, otros no le dejarán seguir y los que le quieren ayudar no podrán hacerlo, pues... «Nadie debe ayudarle, nadie puede ayudarle, nadie le ayudará», pero... en el camino de regreso a casa hallará la solución.